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| Gobernador Gregores-Perito Moreno-Gobernador Costa-Esquel-Villa La Angostura-Curarrehue |
| En el camping municipal de Gobernador Gregores |
Llevábamos aproximadamente 130 kilómetros, navegando por una infinita y solitaria patagonia, cuando de repente, siento nuevamente lo mismo que sentí en la moto el día anterior. Lo defino algo así como un "aceleronazo". Como si hubiese aplicado el embrague sin desacelerar. Inmediatamente aparece un ruido metálico en la parte alta del motor.
- "No "jueputa"...hasta aquí me llegó el paseo". Digo en voz alta.
Inmediatamente me detengo y paro el motor. No me quiero imaginar mi cara de desconcierto. Estamos en medio de la absolutamente nada, y con un viento que incomoda demasiado. No es mucho lo que se pueda hacer ahí. Edison me sugiere revisar la bujía. La retiro y aprovecho para poner una nueva que llevo en el equipaje. Eso, de todos modos, no solucionaría mi problema. No tengo mas alternativa que prender la moto y avanzar muy despacio, esperando que en cualquier momento me deje tirado por completo. A esa altura estamos todavía a unos cien kilómetros de Bajo Caracoles, que no es mas que una pequeña estación de servicio, un restaurante y unas cuantas casas. Edison intenta seguir mi ritmo, pero si antes podía viajar a 80 o 90 km/h, ahora a 50 o 60 km/h, sería mucho mas difícil para una V-Strom 650. Edison se adelanta y me espera en Bajo Caracoles, pendiente si tiene que ir a mi rescate. Alcanzo a llegar al lugar, sintiendo cada golpe en el motor como si fuera un martillo en mi cabeza. Era una tortura. Llené el tanque. Crucé algunas palabras con un nicaragüense que se dirigía al sur en una BMW 1200. Por primera vez la moto se va al piso, cuando no logro apoyar el pie izquierdo en un terreno irregular, ayudado por los empujones del viento. Intento levantarla solo, hasta que Edison que estaba de espaldas, se percata y me ayuda. Acordé con Edison adelantarme, mientras él llenaba el tanque y conversaba con algunos viajeros que habían en el lugar. La verdad, no quería socializar con nadie. Solo quería largarme de ahí y poder llegar a un lugar en donde pudiera solucionar el problema. Faltan todavía 130 kilómetros para llegar a Perito Moreno, recorrido que se hace eterno. Parto solo, mirando a cada instante el retróvisor, esperando que en cualquier momento Edison me alcance. Ruedo así durante unos cincuenta kilómetros.
Llegamos por fin al pueblo. Fueron un poco mas de 200 km con la moto averiada. Lo primero que hacemos es averiguar por un taller. En una gomería nos indican cómo llegar al local de Enrique de la Barrera, mecánico del lugar. Enrique, lija las latas de una camioneta Ford F100, bastante común por estos lados. Saludo y pregunto si es él a quién estoy buscando. Sigue lijando sin levantar la mirada. Le digo que somos colombianos, que estamos viajando en moto y que tengo un problema mecánico. No se inmuta y sigue lijando como si no estuviéramos ahí.
| Cielo arrebolado en Perito Moreno |
Llegamos por fin al pueblo. Fueron un poco mas de 200 km con la moto averiada. Lo primero que hacemos es averiguar por un taller. En una gomería nos indican cómo llegar al local de Enrique de la Barrera, mecánico del lugar. Enrique, lija las latas de una camioneta Ford F100, bastante común por estos lados. Saludo y pregunto si es él a quién estoy buscando. Sigue lijando sin levantar la mirada. Le digo que somos colombianos, que estamos viajando en moto y que tengo un problema mecánico. No se inmuta y sigue lijando como si no estuviéramos ahí.
-¿Qué hay de la vida de Juan Pérez y Carlos José Dominguez Arce?. Nos pregunta, sin levantar la mirada.
Edison y yo nos miramos cómo preguntándonos. ¿...y esos manes quiénes son?. Dábamos vueltas en la cabeza, pero esos nombres no nos sonaban. Enrique deja lo que estaba haciendo y nos pone atención. Pregunta por el problema de la moto. Le cuento la situación y empieza a hacerse cargo del tema. Después de un rato nos enteramos que unos dos años atrás, llegaron a su taller dos colombianos en KLR 650, uno de ellos con un problema mecánico grave. Tuvieron que esperar dos meses para que llegara un repuesto. Durante ese tiempo se fortaleció la amistad entre Enrique y estos colombianos a quienes él creía que nosotros conocíamos. Repasando la historia y las anécdotas vividas con estos compatriotas, el nombre de Juan Pérez , la marca de la moto y un viaje por suramérica, empieza a parecerme familiar.
-¿Juan Pérez en KLR 650?...¿Ese no era un viaje al que llamaron "Ruta 181"?, pregunto.
Me responde afirmativamente, señalándome la calcomanía de su proyecto pegada en la puerta del taller.
Y es que efectivamente, en algún momento conocí la página de Ruta 181 que me sirvió de inspiración para emprender este viaje.
Viviana Andrea Fleitas, es la esposa de Enrique, quien nos lo advierte, con humor, antes de que cometamos el mismo error de Juan y Carlos al confundirla con su hija. Ella es muy amable. Conversamos largo rato mientras compartimos unos mates. En el taller también se encuentra Santi, un amigo de la familia.
En resumen, el ruido de la moto corresponde a la rotura de la cabeza de uno de los tornillos que sujeta la tapa del árbol de levas. Enrique toma su moto y sale a buscar un tornillo de la misma medida. Afortunadamente lo consigue. La cabeza del tornillo no aparece, hasta que Santi, se percata y la recupera en algún pequeño resquicio de la parte alta del motor. Le comento también el problema que tengo con el tapón para drenar el aceite, ya que le dañé la forma hexagonal intentando aflojarlo en el último cambio de aceite. Enrique le corta la cabeza a un tornillo grande y lo suelda sobre la parte dañada. Antes necesitaba una copa número 12, ahora tengo que usar una 19.
Ya es de noche y nos despedimos de Enrique, Andrea y Santi, felices de que el destino nos los haya puesto en nuestro camino. Fueron momentos muy agradables a pesar de la situación de adversidad. Esa persona indiferente que en principio parecía ser Enrique, resultó tener muy buen sentido del humor. Nos alegró el rato.
Buscamos el camping municipal, armamos las carpas en medio de un viento insoportable. Preparamos algo para comer y conversamos con un viajero argentino que viene en bicicleta desde el Salar de Uyuni, en Bolivia. Finalmente nos vamos a dormir después de una jornada agotadora.
Al día siguiente mientras nos preparamos para salir, Edison deja su celular cargando en un toma-corriente dispuesto al aire libre. Al salir de la ducha, se lleva la desagradable sorpresa de no encontrarlo.
Ese día teníamos el propósito de llegar a Esquel. Unos 538 kilómetros al norte. Llenamos los tanques y bidones y emprendimos camino. Paramos en Río Mayo, después de rodar unos 130 kilómetros, con el fin de abastecernos de combustible, porque no teníamos certeza de su disponibilidad mas adelante. Sin embargo, la fila de vehículos en la estación de servicio era larguísima, así que decidimos continuar y tomar el riesgo. Llevábamos acumulados es día 360 kilómetros, cuando llegamos a un pueblo llamado Gobernador Costa. La verdad, estaba muy cansado. El viento no daba tregua, llevaba varia noches durmiendo en la carpa, no tenía buena comunicación y sentía la necesidad de pegarme un buen duchazo con agua caliente. Después de tanquear y todavía en la estación de servicio, decido no continuar mas ese día. Edison me viene haciendo el aguante desde hace muchos kilómetros, viajando mucho mas lento de lo que su moto puede dar sin problema. Siento que soy una carga. Edison continúa solo y yo busco un hostal para alojarme.
Al otro día salgo de Gobernador Costa, con el fin de llegar a Bariloche, pero los planes empiezan a cambiar cuando la moto de un momento a otro se apagó, faltando unos veinte kilómetros para llegar a Esquel. La enciendo nuevamente y ruedo un par de kilómetros. Se vuelve a apagar. Sucede un par de veces mas. Me bajo, y empiezo a revisar el paso de combustible, corriente y todo lo que tuviera que ver con que la moto se apagara. De repente, noto que la bujía está floja. No tengo la herramienta para intentar apretarla, así que continúo muy despacio para evitar forzar la moto. Hay un pequeño camino al lado derecho de la ruta y al fondo se divisa una pequeña casa. Decido entrar hasta una portada de madera. Luego continúo a pie hasta la casa, llamado a sus dueños. Salen unos perros ladrando, mas simpáticos que bravos. Hay gallinas, patos, gansos, perros, gatos, pero no personas. Pensaba pedir prestada alguna herramienta que me sirviera. Tuve que dar media vuelta y continuar. Afortunadamente la moto no se apagó en los últimos diez kilómetros que me separaban de Esquel. Abordo a una chica que está sobre acera y le pregunto por algún taller o gomería. Me da algunas indicaciones. Estoy dando la vuelta a la manzana para buscar la dirección, cuando alcanzo a divisar una honda tornado, como la mía, que venía perpendicular justo a mi encuentro. Decido hacerle señas a su conductor para que pare. Seguro conoce a algún mecánico que revise su moto. Le comento la situación y me pide que lo siga hasta su casa. Angelo, saca algunas herramientas y él mismo intenta darle torque a la bujía, pero definitivamente no apreta. El diágnostico se ha confirmado. La rosca está barrida.
-¡Qué cagadita André!, me dice, compadeciéndose de mi situación.
Salimos en su auto a buscar cómo solucionar el problema. Se nos ocurre usar algún tipo de soldadura en pasta como alternativa provisional, a pesar de que algunos amigos a los que consultó, no lo recomiendan de ninguna manera. Aplicamos a la bujía un producto llamado "Loctite" y esperamos un rato a que secara. Me despido de Angelo, agradeciéndole por su ayuda. Intercambiamos números telefónicos y él se pone a disposición, si es necesario tener que ir a rescatarme a la ruta en alguna camioneta. Paro en una estación de servicio, lleno el tanque y me como un sándwich en la tienda.
- "Bueno...vamos a probar este invento. Si me tengo que varar, que sea aquí y no en medio de la ruta" , pienso.
Al salir a la calle, acelero fuerte y "puff", se escupió la bujía. Tuve que caminar cuatro calles rodando la moto en la mano hasta llegar nuevamente a la casa de Angelo. Me pongo en contacto con él y llega en media hora. Esta vez, en su moto, seguimos buscando donde solucionar. Pensábamos que la única persona capaz de arreglar el daño estaba de vacaciones, hasta que algún amigo, le confirma a Angelo que justo esa persona, había retomado labores el día anterior. Nos dirigimos allí y efectivamente nos podían ayudar, pero había que llevar la pieza sola. Angelo me remolca en su moto a través de un lazo, hasta un taller en donde la tendrían que desarmar, sacar la pieza para arreglar y volver a armar después de corregir el daño. Esto estaría demorado. Muy amablemente, Angelo me ofrece su casa para que pase esa noche. Él vive con sus dos hijas, pero en ese momento, se encontraban visitando a su madre en Buenos Aires. Mas tarde Angelo sale para El Bolsón, dejándome solo en su casa. Es una muestra de infinita confianza hacia un total desconocido, confianza que por supuesto, no defraudaría.
Angelo y yo, recorriendo las calles de Esquel,
intentando solucionar el problema de la moto.
Esa noche, estando solo en casa de Angelo y con un nudo en la garganta, escribí estas notas en la página de facebook:
"No todo puede ser color de rosas. El sábado, faltando unos 100 km para llegar a Bajo Caracoles, un paraje en la mitad de la nada de la patagonia argentina, la moto empezó a emitir un ruido, para nada agradable. Decidimos revisar la bujía, y aprovechando que tenía una nueva se la cambié (craso error). Obviamente el ruido continuó, arranqué la moto y la condenada rodó así por más de 200km, hasta llegar a Perito Moreno (pueblo). Allí tuve la suerte de conocer a Enrique de la Barrera, un mecánico con un sentido del humor y un don de gente increíble. Nos contó que hace unos dos años llegaron a su taller dos colombianos en KLR 650, uno de ellos con un problema grave. Tuvieron que esperar mucho hasta solucionarlo y terminaron creando un bonito lazo de amistad. En el caso de mi moto, se rompió la cabeza de uno de los tornillos que sostiene la tapa del árbol de levas. En últimas, el problema tuvo solución. Hoy, entre un pueblo que se llama Gobernador Costa y Esquel, ya rodando solo, porque Edison, con quien compartí muchos kilómetros continuó su ruta, la moto se empezó a apagar como cuando se acaba el combustible. Revisé todo y noté que la bujía estaba floja, pero eso no era nada, lo grave era que no apretaba. Cada dos kilómetros se apagaba. No puede ser. Es el momento en donde dices -"Yo qué putas hago aquí". Así, logré llegar a Esquel. De repente veo a alguien en una moto como la mía. Lo abordo y le comento la situación. Vamos a su casa en donde intentamos infructuosamente arreglar el daño. Angelo, haciendo honor a su nombre, me acompañó toda tarde buscando solucionar el problema, y como no se puede sino hasta mañana, me ofreció su casa para quedarme. Qué mas puedo decir si "Gracias" es poco. "La vida no es la fiesta que habíamos imaginado, pero ya que estamos aquí, bailemos"".
Al día siguiente, la moto está lista un poco después del medio día. Esta gracia me salió costosa. Al intentar retirar para continuar, el cajero me lo impide por haber superado un monto máximo diario, o algo así, es lo que supongo. Angelo me ofrece nuevamente su casa para pasar una segunda noche. Cristian Hube, es amigo de Angelo, ambos amantes de la bicicleta y admiradores de los reconocidos ciclistas colombianos. Con frecuencia se reúnen por las tardes, para salir a montar por los alrededores de Esquel. Mientras tanto, aprovecho para ir a misa a una iglesia cercana. Estaba mentalmente débil. Un poco desanimado con todo lo sucedido, así que busqué un poco de ayuda espiritual. "El Señor libera a los justos de sus angustias", decía el salmo responsorial. Era todo lo que necesitaba escuchar. Después de eso sentí un alivio increíble, que me permitió seguir afrontando las situaciones adversas.
| Interesante arquitectura de una casa en Esquel |
Cuando Cristian y Angelo regresan, vamos a comer al restaurante de Julio Vezzoso, otro amante de las bicicletas que nos cuenta, mientras llega la comida, que está haciendo aproximadamente veinticinco kilómetros diarios. Me recomiendan Bifé Chorizo, una porción muy generosa de carne, acompañada de papa fritas a la francesa, salsa de tomate, pan y coca cola.
Don Julio, recientemente vio decaída su salud, y lamentablemente falleció hace unos días (enero de 2018). Fueron solo unos instantes los que pude compartir con él, sin embargo y a través de la amistad virtual, pude reconocer en él una gran persona. A él, están dedicadas estas memorias de mi paso por Esquel.
| Cristian, Angelo, Don Julio (QEPD) y Andrés, durante la cena en Esquel |
Luego salimos a comer un helado. Pregunto a Cristian y a Angelo para que me recomienden qué sabor pedir. Guindas de Gualjaina, me sugieren. Nunca había escuchado algo parecido. Resultó ser un fruto que da en la región del mismo nombre, en donde además vive Cristian, y que solo se produce durante una semana al año. Toda una exclusividad, sin duda.
La abuela de Angelo, ha estado un poco enferma, así que vamos a visitarla a su casa. Me presentan con ella y con la tia Gilda. Son muy amables, así como la madre de Angelo a quien tuve la oportunidad de conocerla mas temprano. Conversamos un poco y me confiesan que no se perdían un capitulo de la novela "Café, con aroma de mujer", protagonizada por Magarita Rosa de Francisco, por allá, a principios de los noventa. Regresamos a la casa y Angelo y Cristian se preparan porque van para Gualjaina, pueblo a unos ochenta kilómetros de Equel. Angelo me entrega las llaves de su casa. Nuevamente quedo solo, pero con la moto lista para salir al día siguiente. Me levanto temprano, me ducho y me preparo un café que compré días atrás y que viene en forma de tisana. Sabe horrible. Me lo tomo de mala gana, acompañado con un par de galletas. Cierro la puerta, abro el candado de la reja que da a la calle, saco la moto, dejo las llaves en el sitió que Angelo me indicó y finalmente cierro la reja y el candado. Le escribo un mensaje para informarle y agradecerle por su ayuda incondicional. Angelo, sin duda jugó un rol importantísimo en esta aventura, por lo que será siempre recordado y por lo que estaré siempre agradecido.
Salgo de Esquel con mucha ansiedad de avanzar. Cuando llevo unos 160 km, a la altura de El Bolsón, la moto se apaga. Sentí una terrible desazón. No puede ser. Al bajarme de la moto, vuelvo a quedar en un terreno desnivelado. La moto cae por segunda vez en este viaje. No soy capaz de levantarla. Siento que me duele la espalda. Viene saliendo una camioneta de una carretera terciaria. Su conductor, al verme en apuros, se compadece de mi y se acerca a ayudarme. Se lo agradezco. ¿Y ahora qué hago?. Lo único que se me ocurrió fue echar al tanque, la nafta que llevaba en el bidón. Y la moto prendió. Al parecer el mecánico que desarmó la moto, le sacó aproximadamente el equivalente a ochenta kilómetros de nafta. El viento empieza a desaparecer. Continúo y mas adelante empieza a llover. Me pongo el traje impermeable, sorbo algunos tragos de agua acompañados de galletas y sigo. Llego a Bariloche, reconocido lugar turístico en Argentina. Los paseos empresariales y excursiones de colegios, tienen por destino Bariloche. Mucha gente está cansada de la eterna planicie y de la sal marina, por eso escaparse a la montaña es el mejor de los planes. Sin embargo, no tengo cabeza para disfrutar. Solo quiero avanzar. Decido llegar hasta Villa La Angostura y hacer noche allí. Todo es aparentemente lujoso y costoso, sin embargo consigo un hostal, con habitaciones y baño compartido, por un precio razonable. Estaciono la moto enseguida de una BMW R 100 GS, que resultó ser de Jaakko Antila, un finlandés que le está dando la vuelta al mundo. Conversamos un poco con el mapa en la mano. No habla español, pero le entiendo que quiere saber qué ruta le recomiendo. Le comento que vengo de Ushuaia, pero no le gusta nada la idea. No quiere saber nada de frío. Ya hace bastante en Finlandia, como para buscarlo en otras latitudes. Y es que uno de sus propósito al circunnavegar el globo terráqueo por carretera y en moto, es poder disfrutar de un verano de doce meses.
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| Hostel La Angostura |
Empieza a llover. El Hostel La Angostura, queda aproximadamente a unos cuatrocientos metros de los restaurantes. No me quiero mojar. Solo como un paquete de papas fritas, con mas aire que papas, y una pepsi. Salgo a revisar la moto, a la que le está cayendo toda la lluvia, ya que el alero solo cubre la moto de Jaakko. Allí me quedo conversando con Javier, un agrónomo argentino que trabaja en el banco Galicia y que está de vacaciones viajando solo en su auto. Hablamos de economía, del corralito, como se le llamó a la crisis de 2001, de cultivos, de vacas, de las diferencias entre el campo argentino y colombiano. Fue una charla muy interesante. En ese entretanto llegan dos chicas argentinas, que se unen a la conversación. Melody es el nombre de una de ellas. La otra fuma un cigarrillo y no participa mucho. Al cabo de un rato, entro con Javier al comedor. De repente se acerca una rubia y nos pregunta si no hemos visto un celular. Dice que su novio lo dejó justo donde nosotros estábamos. Fue un momento bastante incómodo. Le decimos que acabamos de llegar y no vimos nada. Es inevitable que nos mirara como sospechosos de haberlo robado. Insiste en que el celular estaba ahí, hasta que por fin aparece en bendito artefacto, que había sido olvidado por su novio en otro lugar. La actitud cambia inmediatamente, de hostil a amigable. Terminamos charlando un rato.
Me voy a dormir, prácticamente con el estómago vacío. Ese día no comí bien. No veía la hora de que amaneciera para ir a tomar el desayuno que estaba incluido en el servicio. Tenía un hambre terrible. Café con leche y pan con mermelada. Esperaba recuperarme, pero ocurrió todo lo contrario. Empecé a sentirme muy mal, al punto que terminé vomitando. No tenía alientos de subirme a la moto. Hablé con la chica de la recepción y le comenté mi situación. Como tenía que desocupar mi camarote, me pidió hacerlo antes de las 10:00 am y que podía quedarme en el área común de la recepción en donde hay dispuestos varios sofás, televisión, una mesa de ping pong y las mesas del comedor. Alisté la moto, desocupé el cuarto y me senté en la sala a esperar mejorarme pronto. Era la primera vez que me sentía enfermo. Me comunico con mi familia. Mi hermana, me dice que tome una pastilla de "loperamida" , que ella misma me sugirió llevar en el botiquín. No se exactamente para que sirve, pero sigo su consejo. Rápidamente empiezo a sentirme mejor. Jaakko que también está en la sala, se despide y se va. Mi semblante ha mejorado y la llovizna que caía ha cesado. Tomo nuevamente la ruta 40 en sentido norte, por un sector conocido como la ruta de los siete lagos. Los paisajes son lindos, pero no los disfruto. Todavía siento algo de malestar. Noto fugas de aceite en el motor, pero pienso que mientras esté pendiente del nivel, no hay problema.
| Ruta de los Siete Lagos |
| Lago Lácar. Al fondo, San Martín de los Andes |
Me había enterado que Belén Aimé Apiroz, la chica argentina que inspiró este viaje y a quien tuve la oportunidad de conocer en Colombia, estaba viajando en moto hacia Ushuaia y justo por esos días estaba trabajando en un hostal en Villa Traful, a solo 25 km desviándome de la ruta 40. Por un momento pienso en ir allí y conversar nuevamente con Belén, pero la ansiedad por avanzar me supera y continúo hacia el norte pasando por San Martín y Junín de los Andés, en donde me comí un sándwich frío, para luego cruzar a Chile por el paso fronterizo Mamuil Malal. Edison ya me había comentado que la frontera la cierran a las 8:00 pm hora local. Si no alcanzo a pasar, tendría que amanecer en la carpa, porque la población argentina mas cercana está a 70 kilómetros.
| Para Iván de Piroska, personaje que parodia un programa de viajes, esta señal indica que hay un televisor que se quiere suicidar. Video |
Antes de llegar a la frontera aparece el volcán Lanin. Hermoso, imponente y considerado por los expertos como activo, aunque sin inminencia de erupción. Hay una fila larga de vehículos esperando hacer los tramites de migración y aduana justo frente al volcán. Se ve tan cercano que se puede apreciar cómo sube el vapor de sus nieves perpetuas, tal como si fuese una paleta. Alcanzo a pasar a tiempo. Ahora estoy nuevamente en Chile.
| Cruzando el río Malleo |
| Volcán Lanin |
| Volcán Lanin |
| La cima del volcán Lanin, sirve de límite entre Argentina y Chile |
| Volcán Lanin y las araucarias de la región |
| Oficialmente en Chile |
| Laguna Quillelhue |
La primera población es Curarrehue a 36 kilómetros de la frontera. El paisaje cambia drásticamente. El verdor de la vegetación es diferente, el asfalto impecable y el entorno parece la escenografía perfecta para el comercial de un auto de lujo. Curarrehue es un pueblo pequeño. Mientras lo voy cruzando, diviso un letrero que dice Hospedaje Lala. Ya es hora de buscar dónde pasar la noche. Lala es mi anfitriona. Es un hospedaje sencillo, sin lujos, pero con un agradable ambiente familiar. Tita es su hija y Mia Catalina es su nieta, una nena de unos tres años con unos lindos ojos grises. Después de conversar un rato, primero en la sala y luego en la cocina, salgo a buscar un local con internet para comunicarme con Colombia y a desquitarme de lo mal que he comido en las últimas treita y seis horas.
Curarrehue desde el aire
| Hospedaje Lala, en Curarrehue |
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| Montaña, Cerveza Artesanal |
Frente a la casa de Lala, hay un restaurante con buena pinta. Allí me mando una buena porción de carne con papas fritas acompañada de una botella de "Montaña, cerveza artesanal". Quedo satisfecho y siento que mi estómago se ha recuperado. Me voy a descansar, porque apenas empiezo a recorrer Chile, y si miro el mapa me doy cuenta de que todavía falta mucho por rodar.
Video de la Ruta de los Siete Lagos y el volcán Lanin
cerca de la frontera con Chile



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