10.12.16

16. Chile: de sur a norte.

Curarrehue, Los Ángeles, Rancagua, Los Vilos, Vallenar, Taltal, Tocopilla, Iquique, Arica.
Saliendo del Hospedaje Lala, en Curarrehue










Capilla en la salida de Curarrehue
Salgo de Curarrehue sin un  destino todavía definido. A la altura de Pucón, ciudad a escasos 38 kilómetros, me encuentro con una fila interminable de vehículos detenidos sobre la vía. Los voy adelantando con precaución hasta que llego al origen del trancón: un  accidente de tránsito. Alcanzo a divisar el volcán Villarrica y mas adelante paso por la ciudad y por el lago del mismo nombre. Mas adelante desemboco en la ruta 5 o Panamericana Sur, que es como la columna vertebral de las carreteras en Chile, ya que comunica al país a lo largo de su extensa longitud. Es una autopista de tres carriles en muy buen estado. Las motos pagan peaje, aproximadamente un dólar. Los ingresos a los pueblos y ciudades también tienen peaje, pero solo se presenta el recibo de pago de la vía principal, siempre y cuando, no pasen mas de doce horas. De lo contrario, hay que pagar.  Los conductores deben portar en el kit de carretera un chaleco reflectivo, que deben usar en caso de tener que bajar del vehículo. En realidad son muy prudentes a la hora de conducir. No escatiman una direccional, dan prioridad al peatón en las cebras, los carabineros, como se les conoce a la policía, son incorruptibles. Siempre te recomiendan no intentar sobornar a un oficial, porque puedes estar en problemas. Sin duda hay mucho que aprender de este país. 

Después de rodar un poco mas de trescientos kilómetros, el sol empieza a caer y por un momento pienso en continuar hasta Chillán, unos cien kilómetros más adelante y en donde Edison, con quien venía comunicándome permanentemente, me había recomendado un sitio para parar. Pero a la altura de Los Ángeles, la moto vuelve a fallar. Empezó con un ruido en el motor, que se iba haciendo cada vez mas intenso. Decido ingresar a la ciudad y al girar en una rotonda, abordo a una persona en moto y le pido que me recomiende un taller. Me lleva a uno de Honda. Creo que ahí estaré en buenas manos. Es viernes, ya casi anocheciendo y el motor está caliente. Hay que esperar a que se enfríe para poder destapar y hacer el diagnóstico. Justo en esa misma cuadra hay un hospedaje. Dejo la moto en el taller y me voy con las maletas al hotel, esperando poder resolver a día siguiente, que es sábado y solo trabajan hasta medio día. Me doy una ducha, me pongo ropa limpia y salgo a buscar un lugar para comer.

- "Con tanto colombiano en Chile, a lo mejor me encuentro con alguno", pienso.

Solo tuve que caminar dos cuadras para encontrarme con cinco. Panadería La Antioqueñita, es el nombre del negocio de estos compatriotas, que coincidencialmente resultaron ser de Pereira y del municipio de Santuario, Risaralda. Mejor dicho, muy cerca de mi casa. Converso con ellos y después de muchos días vuelvo a tomar Pony Malta acompañada con productos de panadería colombiana. Quedo de regresar al día siguiente por la mañana para desayunar con arepa y huevos en cacerola.

La moto, tiene una cantidad de roscas barridas en el interior. No se si cuando se armó en Esquel faltó darle suficiente torque. Lo cierto es que la solución mas viable por tiempo y por costo, es hacer nuevas roscas, 0.5 milímetros mas anchas. Al medio día del sábado la moto está lista, pero no quiero viajar tan entrado el día. Prefiero salir temprano en la mañana. 
Cerveza y UB 40 para matar el tiempo.
Al día siguiente salgo con rumbo a Rancagua, ya muy cerca de Santiago. La cabeza empieza a jugarme una mala pasada. Temo que en cualquier momento la moto vuelva a fallar y me aterra la idea de vararme en medio del desierto de Atacama. Y es que después de salir de Santiago, el desierto se extiende por todo el litoral del Pacífico, hasta la frontera entre Perú y Ecuador. Decido que voy a vender la moto, así sea para repuestos o para el uso al interior de alguna finca, ya que al cabo de un tiempo quedaría ilegal en este país. Pienso que ya he cumplido mi objetivo y que la moto ha cumplido su ciclo, pues tiene unos 133 mil kilómetros. Ya miraré como regreso a mi casa, si en bus o en avión. 

En Santiago vive Karol, sobrina de la esposa de mi primo Adal, con Jhon Torres, su pareja. Me pongo en contacto con ellos y miramos la posibilidad de vender la moto. Aún en Rancagua, me entrevisto con un colombiano de Cúcuta, quien tiene un negocio de Sushi y que está interesado en la moto. Le escribo a Flavia Lagos, una chilena que viajó en una moto como la mía hasta Colombia y que hasta donde yo sabía también estaba intentando venderla. Me cuenta que en Colombia no la pudo vender. Le ofrecían muy poco. Decidió viajar a Ecuador a ver si contaba con mejor suerte. Pero no. Ya venía bajando por Perú. Sin embargo me contacta con un primo suyo que tiene algo así como una consignataria en Chile. Quizás él me pueda ayudar.

Finalmente me quedo dos días en Rancagua, haciendo contactos para vender la moto. Me dispongo a salir para Santiago, a unos noventa kilómetros de allí, con el fin de llegar a la casa de Karol y Jhon.
Estaba tan decido a salir de la moto, que ese día dejé en el closet de la habitación, un pantalón tipo sudadera, que usaba cuando el clima se ponía frío y le ofrecí a don Francisco, dueño del hospedaje y quien parecía la encarnación de Ned Flanders, el bidón con mas de la mitad de combustible, con el fin de ir mermando el equipaje. Don Francisco se negó a recibirme la bencina. Tuve que volver a asegurarla de la moto.

Empiezo a cruzar Santiago de Chile por la Panamericana. Ya tengo ubicado cual es el desvío que debo tomar para llegar a la casa de Karol y Jhon. Y es justo cuando me voy acercando al sitio en donde debo girar, cuando ocurre lo que podríamos llamar una epifanía. Empiezo a considerar la posibilidad de continuar. Me acerco cada vez mas al desvío. Si giro a la derecha, todo termina. Este viaje habrá llegado a su fin. ¿Qué hago?. ¿Giro? ¿Sigo?. Ya no hay tiempo, estoy justo en la entrada al centro de Santiago. ¡Sigo!. Tomo la decisión en el último segundo. Espero no tener que arrepentirme. Al poco tiempo, Santiago de Chile empieza a quedar atrás. Paro en una estación de servicio y le escribo a los muchachos disculpándome por no ir a su casa. Una de las cosas que me motivó a continuar, fue un detalle del que Edison me hizo caer en cuenta, en una de tantas conversaciones: las motos al pagar peaje tienen derecho a tener asistencia en carretera. Así las cosas, si la moto vuelve a fallar, llamo a una grúa y problema solucionado.


Largo tunel en Chile

Ese día avisto nuevamente y después de mucho tiempo el Océano Pacífico. Es un golpe motivacional importante, a pesar de estar aún muy lejos de Colombia. Llego a un pequeño pueblo costero llamado Los Vilos. Estado allí, me contacta el colombiano que conocí en Rancagua, preguntándome si todavía tenía la moto. Parece que estaba interesado en comprarla.
Playa en Los Vilos

Toda esta costa tiene riesgo de Tsunami

Al día siguiente recorro 450 kilómetros hasta Vallenar. Al pasar por La Serena, entro a  una estación de servicio y en el pequeño minimercado contiguo,  compro un sándwich. No me equivoco, cuando escucho el acento de la persona que me atiende. Es un colombiano, de Medellín, que trabaja en Chile hace un buen tiempo. Me comenta que tiene pensado montar un taller de motos, con otro socio colombiano. Intercambiamos números de teléfono y se ofrece a ayudarme en caso de que lo necesite. Se lo agradezco y continúo. 


Recorriendo el inmenso desierto chileno


Llego a Vallenar, y mientras lleno el tanque de combustible, se acerca Marcelo, un carabinero de civil, a preguntarme por el viaje. Le llama la atención ya que la policía en Chile usa las motos como la mía para patrullar. Me recomienda tomar al día siguiente un desvío hacia Taltal, ya que la ruta 5 en ese tramo es bastante concurrida de camiones y con mucho viento. Me regala un contacto en Antofagasta, de un motero colombiano. Se lo agradezco. Alondras, es el nombre del lugar en donde decido quedarme. Me atiende un travesti cincuentón. Ya por la noche salgo a buscar un lugar para comer. Llego a un negocio de comidas rápidas y al saludar, el dueño del lugar me dice:

- Adelante, que una compatriota tuya te va a atender.

En Chile al parecer, identifican muy bien el acento colombiano. Efectivamente la chica que me atiende es de Tuluá. Intercambiamos algunas palabras. No quiero distraerla de su trabajo. A la salida converso un poco con el dueño del local. Me cuenta que ha viajado y trabajado en Venezuela, Colombia y Perú, y que sabe lo difícil que es la vida del migrante. Entiende que la mayoría de colombianos que llegan a Chile, lo hacer buscando mejores oportunidades, sin embargo reconoce que hay una minoría que se dedica a actividades "non santas". Pero por qué Chile se ha convertido en un destino tan atractivo, sobretodo para colombianos y peruanos? Resulta que por cada peso chileno que se ahorre y se gire, representa en Colombia casi cinco veces mas su valor. Es decir, si se envía un millón de pesos chilenos, al país estarían llegando casi cinco millones de pesos colombianos. 
Foto con Marcelo, Carabinero chileno al ingreso de Vallenar
Salgo temprano para hacer un recorrido de transición de 450 kilómetros hasta Taltal, un pequeño pueblo costero sobre el Océano Pacífico, desviándome de la ruta 5. En una estación de servicio, le pregunto a uno de los empleados por un hostal. Nuevamente, un colombiano. Este es de un color negro intenso en su piel y coincidencialmente es de Pereira, del barrio  Perla del Sur, para mas datos. Allí encuentro un sitio barato, quizás muy barato, porque parece mas una ratonera. Pero igual, a esta altura poco me importa. 


Caleta Obispito

Curiosa advertencia en Hostal de Taltal

Iglesia de Taltal
Por la mañana, ruedo varios kilómetros muy cerca de la costa. Puedo ver cómo rompen las olas sobre la orilla. Eso me hace acordar de un video promocional de Honda, que tiene por banda sonora, la canción de Andy Williams: Impossible Dream, que tarareo en voz alta, como queriendo sentirme parte del comercial.

Comercial "Impossible Dream"



Océano Pacífico en la costa chilena
Casona de Gatico, construida en 1914. Esta actualmente abandonada y en donde según algunos, ocurren eventos paranormales


Caleta Paposo. Se  divisa la carretera que transitara hacía unos instantes, con el Océano Pacifico de fondo


Al pasar por Caleta Paposo, en donde apropósito se siente un fuerte olor que al perecer viene del mar, similar a lo que huele el nido de un perro callejero, veo que va saliendo una CRF 250 roja. Mas adelante mientras me detengo en una especie de mirador a tomar un par de fotos, la moto pasa de largo. De regreso en la ruta 5, en plena intersección, veo nuevamente al conductor de la CRF. Es un chileno de unos cuarenta años, que está estrenando su moto. Pensaba comprarse una Tornado 250, pero desde hace un tiempo esta referencia ya no se comercializa en Chile. También hay un camionero con quien converso algunos instantes, mientras tomamos mote con huesillo. Ya había visto muchos anuncios de esta bebida típica chilena, y esta fue la oportunidad para probarla. Es un jugo acaramelado, con mote de trigo y duraznos deshidratados que se toma frío. Ya estamos en pleno desierto de Atacama, y este negocio, que no es mas que un trailer, es lo único que se puede encontrar en kilómetros a la redonda y en donde, como cosa rara, también trabaja una colombiana, al parecer de la región pacífica. Le pregunto al tipo de la moto por el monumento de la mano del desierto, una obra el escultor chileno Mario Irarrázabal. Me indica que queda mas al norte y que se puede divisar desde la orilla de la carretera. Rápidamente me despido y continúo mi camino. Estoy pendiente de la escultura, pero nunca la veo. Llego a Antofagasta. En una estación de servicio pregunto a alguien por la Mano del Desierto, y me dice que queda hacia al sur. Reviso en el mapa de mi celular y efectivamente, está a unos setenta kilómetros de ahí y a unos veinte kilómetros de donde este despistado chileno me mal indicó. Me frustra un poco saber que estuve tan cerca y que por confiarme de alguien que supuestamente sabía, me voy a perder de ver esta bonita escultura, en medio del desierto de Atacama. Devolverme, supondría unos 140 kilómetros de más, sin contar el tiempo. Decido continuar.

¿Devolverme?...ahí estaba la respuesta.
Esta fue la foto que dejé de tomar.  (Sacada del blog de Julían, el amigo de Medellín, que conocí saliendo de Ushuaia)
Ese día en total rodaría unos 420 kilómetros hasta Tocopilla, uno de tantos pueblos ubicados en el árido desierto, dedicados a la pesca y a la minería. Encuentro un sitio cómodo para pasar la noche, con buen internet y con la moto durmiendo en el zaguán de la entrada. El puto mote con huesillo, me puso el estómago como una lavadora. Afortunadamente no trascendió a nada grave. Salgo a comer a un local de comidas rápidas en donde me atiende un par de hermanos de mediana edad, con rasgos bastante orientales. Parecen japoneses o chinos, pero hablan con marcado acento chileno. Es momento de hacerme cortar el pelo. Ya empieza a montarse por encima de las orejas. Es la seña inequívoca de que necesito una motilada. El peluquero, con algunos ademanes característicos de esta profesión, y después de conversar un rato, me pregunta:

-¿...y usted si se cuida?.

Refiriéndose al uso de preservativo. Debo reconocer que me molestó. Me pareció una pregunta muy imprudente. Le aclaro que el objetivo de mi viaje no es ese, sin dar mas detalles. Y es que al parecer, en el norte de Chile hay mafias de colombianos que tienen por negocio los prostíbulos en donde atienden a los trabajadores de las minas de cobre. Esa relación entre putas y minería parece indisoluble, aquí y en cualquier lado. Regreso al hotel a descansar.


Interesante cómo el sol ilumina el desierto, 
al salir a una zona despejada.

Al día siguiente estoy saliendo de Tocopilla y caigo en cuenta de que no he cargado combustible. Le pregunto a un lugareño si mas adelante encuentro alguna estación de servicio, pero me responde que no. Así que debo devolverme algunas cuadras. Cuando me estoy devolviendo, me cruzo con una KLR 650 azul, en sentido contrario al otro lado del separador. Nos saludamos y cada uno sigue su camino. Lleno el tanque y retomo la ruta. Empiezo a notar un ruido en la cadena. Unos kilómetros mas adelante vuelvo a ver al hombre de la KLR 650 a la orilla de la carretera tomando una foto al mar. Lo saludo sin detenerme. Después de algunos kilómetros, veo a través del retrovisor que me está dando alcance. Pienso que tal vez es algún chileno que me puede dar información sobre un taller o dónde conseguir una cadena. Me orillo y le hago señas para que se detenga. No es ningún chileno, es un canadiense que viajó en auto con su esposa desde Santiago hasta Ushuaia y nuevamente en Chile, le compró la moto a un compatriota suyo que viajó desde Canadá, para él devolverse desde Chile con la moto, en sentido contrario. Alfred Shether, es un hombre de mediana edad, con el pelo blanco y 1.85 metros de estatura. No habla español y yo no hablo inglés, pero le hago saber que la moto tiene un ruido en la cadena. Saca un lubricante en spray y lo aplico. De todos modos el ruido continúa. 


Cae la tarde antes de llegar a Iquique

El desierto de Atacama es el mas seco del mundo, pero cuando llueve es cosa seria.
Viajamos juntos hasta Iquique. Paramos en un restaurante. Le digo que en el menú hay pollo, pero me hace saber que no come carne. Sin embargo, sí come pescado. Lo conseguimos en el restaurante contiguo. Me acompaña por las calles de la ciudad, intentando encontrar infructuosamente un hospedaje para mi. Decidimos ir al lugar que Alfred tiene reservado y ver si hay algún espacio para mi. No es un hotel ni hostal, no tiene aviso. Es una casa de familia adaptada con habitaciones para recibir huéspedes a través de una plataforma de internet que se llama "Airbnb" y que hasta ese momento no conocía. La única cama disponible queda en el cuarto que reservó Alfred. Nuestro nuevo amigo canadiense no tiene problema en compartir la habitación conmigo, aclarando eso si, que ronca tanto como el ruido que hace su KLR,  a la que compara con los gruñidos de un cerdo. David es nuestro anfitrión. Es una persona muy amable y atenta. Estuvo siempre pendiente de lo que pudiéramos necesitar. Don Pablo, su padre, es también muy amable. Al poco tiempo de acomodar las maletas en la habitación, nos ofrece algo de comer, y un rato mas tarde me acompaña a comprar un litro de cerveza, que me tomo con Alfred en la habitación mientras charlamos. Noto que cuanto más alcohol circula por mis venas, mejora proporcionalmente mi comprensión del ingles.

Amanece siendo domingo. Necesito comprar aceite y una cadena para la moto. Seguramente los talleres y comercio de repuestos estarían cerrados. En internet, veo que la Zona Franca de Iquique, conocida como ZOFRI, está abierta hasta las once de la mañana. Don Pablo me lleva a la esquina y me hace subir a un taxi, diciéndole a su conductora que voy para ZOFRI. Es un colectivo que no lleva una ruta fija, sino que va recogiendo personas y las va dejando en el lugar que necesiten. La taxista me advierte que la zona franca debe estar cerrada. Le comento lo que vi en internet. Se bajan todos los pasajeros y continuamos hacia las afueras de Iquique. Cuando llegamos, efectivamente está todo cerrado.

-¡Qué le dije...que estaba todo cerrado!, me recrimina la taxista, mientras le pago.

- Bueno, ni modo. Regresémonos, yo le pago los dos recorridos.

-¡ No no no...bájese bájese!

- Pero señora, le estoy pagando.

-!Qué se baje¡

No comprendo la actitud grosera de esta señora. Y me molesto mucho.

- !Coma mierda vieja hijueputa¡, le grito mientras azoto con fuerza la puerta del taxi.

Los que me conocen, saben que no soy una persona que se la pase diciendo palabrotas, precisamente porque las reservo para los momentos  y personas indicadas.

No se ve afluencia de gente, todo está muy solo. Solo se ven locales cerrados. Hay unos pocos abiertos, pero no tienen lo que necesito. Pensé que tendría que caminar mucho hasta encontrar otro taxi, hasta que por fin aparece uno en el que me puedo devolver. Unas dos cuadras antes de llegar a la casa, alcanzo a ver a la taxista conversando con otros colegas. Es decir que sí pudo haberme llevado de regreso. Sin embargo, no le doy mayor importancia al tema.

Alfred está con un poco de indigestión y le preocupa que se repita lo que unos meses atrás le sucedió en México, en donde terminó hospitalizado. Por eso vamos al supermercado a comprar pan, queso, algunas verduras y agua en botella, para evitar al máximo adquirir una colibacilosis.

Esa noche ocupo una habitación que quedó disponible. No quería abusar de la generosidad de Alfred. Al día siguiente, pero en la moto, vuelvo a la zona franca para comprar la cadena y dos litros de aceite, que apropósito, no salió nada barato. Luego voy al taller de unos ecuatorianos, en donde también encuentro un par de colombianos, en donde me dejan la moto lista para continuar. Todo esto me llevó casi toda la mañana. Sin embargo Alfred, que bien pudo haber seguido sin mi, tuvo el detalle de esperarme hasta el medio día, para continuar juntos hasta Arica.


Tramo entre Iquique y Arica

Son 311 kilómetros en donde no encontraríamos combustible. Teniendo en cuenta la autonomía de 230 kilómetros de mi moto, tengo que llevar bencina en el bidón si o si. Mientras vamos en movimiento hacia la salida de Iquique, le digo a Alfred que debo cargar combustible. Parece que no me entiende porque cuando entro a la estación de servicio, él continua sin advertir que me he quedado atrás. Mientras lleno el tanque de la moto y el bidón, Alfred me toma varios kilómetros. Salgo de la ciudad, pensando en que Alfred me estaría esperando mas adelante. Sin embargo, paso por Alto Hospicio, ciudad ubicada en la parte alta de Iquique y todavía no lo veo. Mas adelante y para mi sorpresa veo al canadiense devolviéndose por la otra calzada. Me alcanza a ver, pero seguro tendría que devolverse varios kilómetros para encontrar un retorno. Yo sigo avanzando porque seguro me alcanza. Cuando lo hace, paramos a revisar el mapa porque él tiene dudas sobre el camino que llevamos, a pesar de llevar un GPS. Saco mi celular y le indico que vamos bien, porque vamos llegando a la intersección con la ruta 5 en sector conocido como Humberstone.
Con frecuencia se ver vehículos accidentados y abandonados al pie de la carretera. 
Saludando a viajeros en moto que van hacia el sur



Viajando con Alfred, a unos 80 km de Arica
Después de rodar por una eterna planicie desierta, tomamos un descenso de diecisiete kilómetros hacia un cañón que marca la frontera natural entra las regiones de Tarapacá y Arica. Abajo en el cañon, hace un viento similar al que sentí en la patagonia y un calor abrasador que nos obliga a refugiarnos bajo la sombra de un camión estacionado, mientras llenamos el tanque con el combustible del bidón. Luego sigue un ascenso de similares características a la bajada, para  retomar nuevamente la planicie.  El desierto es inmenso y tedioso. Por momentos tengo episodios de somnolencia. Para mantener distraído, a partir del aviso que marca el kilómetro 1981, que coincide con el año de mi nacimiento, empiezo kilómetro a kilómetro, es decir, año a año, a recordar momentos importantes de mi vida hasta el kilómetro 2016, y a especular lo que sucedería en los años siguientes. Fue una terapia muy interesante, no solo porque me mantuvo despierto, sino porque me hizo evocar bonitos recuerdos.
En 1992, por ejemplo, estaba en la escuela en quinto primaria.

Legamos a Arica y buscamos el lugar que Alfred tiene reservado. También hay lugar para mi. Soy el único huésped en una habitación con cuatro camas. Franklin es el dueño del lugar, es de California y no habla mucho español, por lo que se entiende muy bien con Alfred, hablando de todo tipo de temas. Su esposa es chilena y le colabora atendiendo End of the Trail, como se llama hotel. Por la noche salgo con Franklin y Alfred al supermercado a comprar algunas cosas para comer, luego a descansar.
Con Alfred, mi nuevo amigo canadiense, en Arica.
Es primero de marzo y me preparo para continuar hacia la frontera con Perú, que está a escasos veinte kilómetros de Arica. Me despido de Alfred, quien se quedará allí un días más. Por cada jornada de ruta, Alf se queda dos días en cada lugar. Tiene  pensado desviarse hacia Cuzco, es decir, que de todos modos nos separaríamos pronto. Atrás queda Chile, pero con la sensación de querer volver algún día.



No hay comentarios:

Publicar un comentario